En la plaza central de un pequeño pueblo en los Andes ecuatorianos, Manuel Cañizares observa con preocupación su parcela. Como muchos agricultores en Ecuador, Manuel enfrenta el desafío de financiar sus cultivos con créditos que en teoría deberían facilitar su labor, pero que en la práctica a menudo se convierten en un tormento.
Durante décadas, el acceso a créditos agrícolas ha sido una estrategia del gobierno para impulsar la producción y el desarrollo rural. A pesar de las buenas intenciones, la implementación de estos créditos está plagada de complicaciones burocráticas, altos intereses y trámites complicados que desalientan a los agricultores, que, como Manuel, buscan mejorar sus cosechas y llevar un sustento seguro a sus familias.
El Banco Nacional de Fomento y otras instituciones financieras se han convertido en las principales fuentes de crédito para el sector agrícola. Sin embargo, las políticas de otorgamiento de crédito no siempre son inclusivas o accesibles para campesinos con poca documentación o historial crediticio. Esto crea un círculo vicioso donde los beneficiarios más necesitados quedan marginados y desatendidos.
“Solicitar un préstamo es como caminar por un laberinto”, comparte Teresa Masapanta, agricultora de la Sierra Norte. Ella relata cómo los repetidos viajes a las oficinas bancarias en la ciudad cercana son un problema, especialmente cuando el acceso a transporte es limitado y costoso.
Además, las condiciones climáticas y los desastres naturales, cada vez más frecuentes debido al cambio climático, ponen en riesgo la capacidad de los agricultores de cumplir con los pagos de los préstamos. Esto puede llevar a la pérdida de su tierra, su medio de vida más preciado. Así, lo que comenzó como una herramienta para fomentar el crecimiento se transforma en una amenaza constante de desposeimiento.
La falta de educación financiera es otro obstáculo. Muchos agricultores no reciben el asesoramiento adecuado sobre cómo gestionar estos créditos de manera efectiva. Las capacitaciones son esporádicas y mal coordinadas, si es que se ofrecen. Sin embargo, varios expertos coinciden en que la solución está en implementar programas de educación financiera sólidos y accesibles que enseñen a los agricultores no solo a solicitar un crédito, sino también a administrarlo y pagarlo sin angustias excesivas.
Para aquellos que han logrado superar el laberinto del crédito agrícola, como Ana Colimba, las oportunidades son significativas. Con diligencia y esfuerzo, Ana se ha convertido en una proveedora local de productos orgánicos. Sin embargo, son la perseverancia y el ingenio, en lugar del sistema crediticio, los que la han llevado al éxito.
El llamado a las autoridades es claro: simplificar los procesos, bajar los intereses y proporcionar un verdadero acompañamiento. En un país donde la agricultura es vital para la economía y el suministro de alimentos, asegurar que los campesinos tengan las herramientas y el apoyo necesario no solo mejora sus vidas, sino también la de todos los ecuatorianos.
Mientras tanto, Manuel y muchos otros como él continúan su lucha diaria por un campo más justo y accesible, sembrando esperanzas entre los surcos de sus tierras.
Crédito agrícola en Ecuador: ¿apoyo o traba para los campesinos?
